Por qué se necesita una revolución. Y por qué la revolución no es suficiente.
One solution – revolution! A-, Anti- Antica- pitalista – Overthrow the System, revolution anarchista! The Revolution is my girlfriend! Etcétera. En manifestaciones, camisetas o canciones: en las imágenes y en el lenguaje izquierdista hay muchos elementos relacionados con la palabra mágica “revolución”. Pero cuando nos volvemos activ@s (en la universidad, en la escuela, en grupos o en centros autónomos), nuestro „quehacer político“ se distancia más y más de la sensación de formar parte de una subversión política substancial. Más bien participamos en manifestaciones contra nazis, nos reunimos en grupos de lectura, nos peleamos por la retórica machista dentro de la representación estudiantil o vamos a alguna manifestación para bloquear el transporte de deshechos nucleares. De vez en cuando la palabra revolución aparece en algún texto que leemos o en algún llamado a manifestarse que escribimos, pero a menudo esta palabra nos parece irreal y muy alejada del día a día. En este artículo intentaremos acercar esta palabra un poco más a la realidad y así llenarla de contenido. Pero, ¿por qué queremos este cambio social? ¿Por qué una ruptura con las circunstancias actuales? ¿Y en qué casos –por suerte– basta con hacer pequeñas reformas?
No basta con una reforma
Nosotr@s no queremos una revolución porque parezca algo guay. Claro que nos pueden gustar muchas cosas: afiches con tipos encapuchados (y últimamente aparecen también chicas) que lanzan cosas, imágenes de la revuelta zapatista en México e informes históricos de la rebelión de los marineros de Kronstadt en 1921. Nos parece bien tener extendido el dedo medio para mucho de lo que es calificado como normal: el nacionalismo, el racismo, el sexismo, la homofobia, el capitalismo y muchas otras formas de dominación. Y es que lo queremos todo muy, muy distinto. Pero para nosotr@s no se trata de estética, de ser guay o de un gran gesto en contra. Nosotr@s queremos una revolución porque hay muchas cosas que no se pueden cambiar en pequeños pasos. Sino que más bien se necesita llegar a un punto –que esperamos que sea pronto– donde la mayoría de la gente diga conscientemente: “No, este sistema de producción capitalista no tiene sentido. Construyamos una sociedad que sea completamente diferente”. Con un ejemplo se puede mostrar cómo se nos ocurrió esta idea: Cada día mueren cerca de 30.000 personas por desnutrición. Desde hace mucho tiempo hay intentos para paliar estas circunstancias, ya sea en forma de ayuda en caso de catástrofe, de la manipulación genética para mejorar el rendimiento de la cosecha, de microcréditos para ayudar a la economía local, o de los siempre nuevos objetivos de las Naciones Unidas para acabar con el hambre mundial, estos acaban fracasando. Es para desesperarse. Cuando se insiste en que hay una sobreproducción de alimentos en Europa, entonces la pregunta inevitable es: ¿Por qué no se reparten los alimentos que no necesitamos en otros lugares (donde sí se necesitan)? Luego se dice que esta propuesta es demasiado inocente y se rechaza, con el argumento de que entonces los mercados locales se destruirían. Es aquí donde se expresa toda la locura. En nuestro sistema capitalista tiene más sentido tirar los alimentos que no se necesitan, que enviarlos a los lugares donde se necesitan, puesto que entonces, a la larga, ¡mucha más gente moriría de hambre! En vez de esto, tod@s tienen que volverse capaces de participar en una economía basada en la competencia. Pero esperen: en esta lucha siempre hay perdedores. Mientras haya gente que necesite dinero para comprar alimentos, habrá una cantidad masiva de perdedores que morirán de hambre. Nosotr@s no sabemos cómo se puede cambiar esta pérfida lógica a través de reformas –y si se os ocurre alguna, enviádnos un E-mail–. Hasta que no se nos ocurra –por ejemplo, la forma para lograr que el hambre pase a la historia–, no vemos ninguna otra opción más que una revolución en las formas de producción. No es preciso que se trate de tierras lejanas, también en el día a día chocamos con limitaciones. Por ejemplo, si tengo hambre pero no tengo dinero y por eso robo queso en el supermercado, voy a tener muchos problemas: un@ cajer@ malhumorad@, guardias de seguridad agresiv@s, la policía, la comisaría, una denuncia. Y con esta acción no habré abolido la dominación y a nadie le irá mejor (a excepción quizás de a algún policía especialmente sádico). Lo mismo ocurre si me voy a vivir al campo con mis amig@s y vivo de las zanahorias que hemos plantado –aunque si esto nos hace felices, desde luego que deberíamos hacerlo–: al capitalismo no le afectará en nada y de todas maneras tendré que pagar por el terreno que uso. Para la sociedad en general, aún existirá el sistema de dominación. Así que, vaya rollo esto del capitalismo. Con arañarlo un poco no se cambia nada. Para dejar de producir con el único fin de generar ganancias –con las consecuencias ya mencionadas–, hay que volcarlo de cabeza.
Nosotr@s nos imaginamos la revolución como una autoliberación colectiva. Junt@s, tomando como punto de partida las necesidades propias, con la mirada puesta en un cambio estructural de raíz. Aunque antes tenemos que tener claro qué es lo que queremos. En caso contrario, todo puede salir mal ya que no todas las revoluciones son necesariamente emancipatorias.
Además, el simbolismo de izquierda hace pensar muchas veces que la revolución es cosa de un día. Se toma por asalto algún edificio importante, se iza la bandera rojinegra y entonces, como por arte de magia, la nueva sociedad ya está establecida. Si hablamos de una „ruptura“, estamos hablando de un proceso que seguramente será bastante largo, en el cual quizás también habrá un día simbólico y quizás también edificios en llamas y tomados por asalto, pero sobre todo, antes y después, habrán muchas discusiones sobre cómo se tendría que estructurar esta nueva sociedad.
Más que una revolución
Si echamos un vistazo a otras formas de dominación, aparecerán al mismo tiempo un par de diferencias: Por ejemplo, si aspiramos a una sociedad, donde se produzca para cubrir las necesidades de las personas y no para obtener ganancias, no significa que el sexismo será superado automáticamente. Seguramente serán hombres quienes hablarán la mayor parte del tiempo en los consejos comunales (o como se les llame). Quizás alguno le tiraría tontamente los tejos a su compañera de asiento que es lesbiana. Y debemos presuponer que de todas maneras mucha gente continuará pensando de manera un tanto racista. Quizás esto cambiará a largo plazo si cambiamos la situación económica: En un mundo sin Estados y donde no haya división del trabajo puede ser que haya menos gente que clasifique a la población entre l@s mal@s “extranjer@s” que nos roban el trabajo y la buena gente “de aquí”, ya que esto no tendría sentido. Si no hay necesidad de que hayan trabajos mejor y peor pagados, entonces no habrá quizás tanta gente fantaseando con que las mujeres tienen un talento especial para el trabajo de la casa, ser secretarias, limpiar, cuidar niñ@s y ancian@s.
Pero volvamos un poco atrás: lo que queremos es vivir bien. Sería cínico decir (aunque algun@s lo hagan): “Sí, sí, después de la revolución eso será distinto”. También en el aquí y ahora hay estrategias para el cambio de conciencia: cómo pienso acerca de una cosa y cómo actúo. Estas estrategias no tienen tanto sentido dentro del capitalismo como dentro de otras formas de dominación, pero es importante entender cómo funciona realmente este intrincado sistema, qué intentos han habido para cambiarlo y por qué la mayoría de ellos han fracasado funestamente. Sabemos cómo podemos hacerlo mejor. Esto sólo va a ser posible si leemos y estudiamos, si discutimos y nos organizamos. En grupos de lectura, en talleres, en seminarios, en grupos. Para que esté cada vez más cerca el día en que la mayoría diga: “¡basta!”. Contra el racismo hay más posibilidades para actuar: Si veo en el supermercado como un abuelo “blanco” habla mal de una persona “negra” que espera en la cola, tiene sentido involucrarse, para así mostrarle al abuelo “nazi” dónde están los límites, ofrecer apoyo a la persona que está siendo afectada por racismo y mostrar en público que el racismo no va a ser tolerado. Claro que esto no tiene por qué cambiar necesariamente algo en el cerebro del abuelo, pero muestra que algunas cosas no pueden decirse en público impunemente.
Al igual que si por ejemplo, yo como mujer, al ver un taladro en una tienda, el vendedor me pregunta si estoy buscando un buen rega- lo para mi novio, En este caso tiene sentido explicar al vendedor que yo taladro con pasión. Pensando al mismo tiempo, qué tonto es tener que afirmar una imbecilidad sólo para hacer tambalear un poco su imagen anticuada y estereotípica de la mujer. O cuando una mujer que no conozco se acerca haciendo el cuhi-cuchi hacia el cochecito de bebé que paseo conmigo, gracias a mi trabajo de niñera, para preguntar: “¿Es un niño o una niña?”. A veces contesto: “Ni idea, ya lo decidirá por sí mism@, pero aún no puede hablar”, para confundirla en su extraña concepción de que sólo hay dos géneros. En teoría, sería posible que en algún momento perdiera importancia el si la gente se define a si misma como
“hombre”, “mujer”, “trans”, “homosexual”, “asexual”, etc., porque va a ser evidente lo absurdo de una categorización de este tipo.
No hace falta una “revolución” para provocar cambios en los significados, estos pueden hacerse poco a poco. En este caso tiene sentido observar en si mism@ los “clichés” que tenemos y nuestro propio rol, y cuestionarlos.
La larga marcha por el supermercado orgánico
En resumen: como ocurre con l@s cristian@s con respecto al reino de los cielos, desplazar todo lo feo al “tiempo después de la revolución”, no nos parece particularmente útil. La palabra “reforma” se usa frecuentemente casi como grosería y sobretodo, desde que existe el Hartz IV (sistema alemán de subsidio de desempleo), esta palabra casi asusta. La palabra “reformista” suena poco guay, nos recuerda al supermercado Bio y suena aburrido. Pero en primer lugar esto nos da lo mismo, puesto que no se trata que parezca guay o no, sino de cómo se puede proceder mejor para que esta sociedad se transforme. Apoyamos todo aquello que haga feliz a la gente, que ponga más sus necesidades en foco y que haga retroceder al poder. Y si esto se puede hacer aquí y ahora, mucho mejor. Transformar la conciencia y hacer mejoras concretas siempre es bienvenido. Por ejemplo, en la toma de decisiones libres de jerarquías. La redacción de “Straßen aus Zucker” („Calles de azúcar“) tiene razones para funcionar como un colectivo en el cual se encuentran personas con distintas experiencias y edades. Quizás podríamos, con un@ jefe que tomara las decisiones y repartiera las tareas, trabajar de manera más efectiva. Pero deseamos vivir en un mundo en el que cuenten las opiniones y necesidades de las personas, en el que nadie se sienta menos que otr@ y donde nadie sea dirigid@ por otra persona, donde nadie sea ridiculizad@ y donde cada opinión tenga eco. Nada nos impide aprender esta forma de convivencia durante la redacción de un periódico común y corriente como este, con todas las dificultades que lleva consigo – puesto que, naturalmente, también en grupos libres de jerarquías hay comportamientos jerárquicos sobre los que hay que reflexionar.
Por ejemplo, los “espacios libres” de izquierda: seguro que siempre son sólo “medio libres” –la existencia de casas ocupadas, por ejemplo, depende de decisiones estatales–. O frecuentemente se pierde mucho tiempo y energía, en proyectos de vivienda o de parques de casas rodantes, en discusiones sobre la vida en común. Es difícil decir cómo sería esto en una sociedad libre, en la cual no hubiera problemas con la factura de la luz o el alquiler. La conclusión inversa –“si en mi piso compartido no funciona, ¿cómo va entonces a funcionar esto en una sociedad libre?”– no nos sirve, puesto que la falta de tiempo y de dinero parece ser la causa principal de que esto no funcione. En todo caso habrá –al fin– mucho que decidir en común, así que es bueno y tiene sentido practicar en esto desde ahora, pues las luchas políticas deben ser conjuntas. Aparte de todo esto, se necesitan (pese a Facebook, Jabber y móviles) lugares concretos para todos los grupos de lectura, actividades, organizaciones y encuentros para preparar las manifestaciones. Los „espacios libres“ de izquierda constituyen infraestructuras irrenunciables.
Lost in the revolutionary supermarket
Las reformas –esto es, los pequeños pasos hacia un mundo mejor– encierran también algo de peligro en ellas: que alguien se enrede en la maleza de los pequeños cambios y olvide que realmente quería algo „totalmente distinto“. La mayoría de l@s que afirman querer una revolución a largo plazo, pero que en el momento actual prefieren trabajar en una mejora en la política de asilo a través de un partido o una ONG, no compartirán la mayor parte de las ideas anteriores, o con el tiempo acabarán perdiendo de vista sus objetivos originales. Por ello, no queremos perder de vista que la causa de la infelicidad no reside tan sólo en el hecho de que algunas personas se comportan de manera muy nefasta, sino en que es la sociedad la que una y otra vez nos obliga a actuar de esa manera nefasta. Y es que esta manera de producir genera sistemáticamente infelicidad. Sin una subversión total, no se producirán cambios fundamentales. Así que: ¡a los libros y a las barricadas!