a propósito del ajetreo nacionalista en Cataluña

—-Os dejamos un texto que escribió Corsino Vela de Barcelona. La traducción del catalán al castellano aportó él mismo—-

Qué quiere decir independencia hoy en día?
Independencia nacional y reinserción en el capitalismo transnacional.
(a propósito del ajetreo nacionalista en Cataluña)

I

Vivimos tiempos de gran confusión. El trastorno de la sociedad en la que parece cada vez más la crisis terminal del sistema capitalista, parece que de momento sólo trae confusión a las conciencias. La re-emergencia de las corrientes nacionalistas es un ejemplo. De un tiempo acá, a medida que los estados-nación consolidados a lo largo del siglo XX empiezan a sufrir las consecuencias de la caída de la acumulación de capital a escala mundial, favorecen la emergencia de movimientos centrífugos y secesionistas de los territorios que consideran que tienen más posibilidades de obtener una posición ventajosa dentro de la reestructuración capitalista transnacional. Esto explica la reactivación de las tendencias nacionalistas en Flandes, Escocia, Padania, Cataluña o País Vasco, países integrados dentro de estados cuyo equilibrio socioeconómico y territorial se ha visto sacudido por la agravación de la crisis capitalista mundial.

Habrá que entender, pues, estos nacionalismos emergentes como movimientos reactivos de las transformaciones del capital a nivel mundial, de forma que del estado-nación del capitalismo ascendente (nacional) hemos pasado al estado transnacional del capitalismo en declive (crisis). La necesidad de la acumulación de capital (deslocalización e internacionalización del proceso de producción y reproducción social) al mismo tiempo que pone en cuestión el estado-nación tradicional favorece una nueva reorganización territorial a escala planetaria que induce la formación de una nueva clase (o grupo de interés) política –gestora- emergente. Es decir, la reestructuración mundial del capital supone una reorganización –y una renovación generacional- de la clase dominante formada por los actores del sistema de representación (partidos políticos, sindicados, organizaciones culturales y académicas, de los medios de comunicación, etc.), la burguesía autóctona subsidiaria del capital transnacional, los altos directivos de empresas transnacionales y los altos funcionarios, que cuentan con una base social legitimadora y funcional mantenida mediante mecanismos de adhesión clientelar.
El hecho mismo que el capital transnacional suprima el estado-nación heredado del siglo XIX, ofrece sin embargo a las clases dominantes de territorios más o menos consolidados históricamente en base a una serie de rasgos comunes (la llamada identidad nacional), la posibilidad de asumir la función gestora en el nuevo estadio de desarrollo capitalista, según la posición que logre la “nación” dentro de la cadena de producción y realización de capital en la escala transnacional.

En este punto, no hay duda que una Cataluña independiente podría ofrecer más oportunidades de promoción social en la gestión y representación pública a individuos y grupos de las que puede ofrecer una Cataluña integrada en el estado español. Periodistas, profesores, artistas, intelectuales, profesionales de la política e incluso espabilados de comarcas tendrían la posibilidad de insertarse dentro de la jerarquía clientelar que la gestión del capital a escala nacional hace posible. Al fin y al cabo, es esta oportunidad de promoción social dentro del sistema de representación –y de retribución- capitalista el elemento de cohesión de la base social nacionalista en Cataluña, en España y por todas partes.

II

La realidad económica de Cataluña define un país con una fuerte dependencia dentro de la cadena de acumulación de capital transnacional, como también es el caso del estado español. Cataluña representa entorno al 18,5% del PIB español, con una estructura económica donde el turismo tiene el peso fundamental y con una tendencia creciente. Dentro del PIB catalán, comercio, hostelería y finanzas representan el 56%, mientras que la industria contribuye con el 21%. Ahora bien, el grado de penetración del capital extranjero a todos los niveles de la actividad económica catalana confirma esta dependencia del país respecto del capital transnacional. La economía catalana es dependiente financieramente y tecnológicamente del capital transnacional de forma que le corresponde una posición subordinada dentro de la cadena de producción y realización del capital a escala planetaria. Después de la entrada del estado español a la UE, la toma de participaciones accionariales y las absorciones de las empresas catalanas por parte del capital extranjero ha sido una constante hasta el presente. La fracción del capital transnacional es, de largo, dominante sobre la fracción del capital correspondiente a la burguesía autóctona. Sólo hace falta echar un vistazo a los principales componentes de la actividad económica (automoción, química, alimentación, turismo) para darse cuenta de ello. Es en este punto donde las élites nacionalistas encuentran su oportunidad como gestores territoriales subordinados en la cadena de acumulación de capital transnacional. Esta es la base objetiva que soporta el discurso actualizado de la independencia nacional y la estrategia de la clase dominante catalana.

A pesar de que el discurso nacionalista se nutra de trivialidades antropológicas, manifestaciones folclóricas, etc., se ha ido transformando últimamente desde lo que podríamos denominar un nacionalismo étnico-cultural hacia un nacionalismo de cariz cada vez más remarcablemente administrativo, en sintonía con las transformaciones recientes de las formas de la dominación capitalista.
Del mismo modo que Cataluña se ha convertido en un país capitalista transnacionalizado, la población catalana se ha ido internacionalizando (inmigración), de forma especialmente intensificada las últimas décadas. De aquí el cambio en el discurso de los nacionalistas y de los independentistas, en general, que han pasado del énfasis identitario étnico-cultural hacia la adhesión fundamentada a partir de argumentos de tipo fiscal y administrativo (Madrid nos roba) y la promesa de que una Cataluña independiente de Madrid dispondría de más recursos que mejorarían los servicios y el bienestar de todo el mundo, etc. Es así como las élites nacionalistas pretenden ganar el apoyo de la población que, en virtud de su condición de origen y de clase, ve con indiferencia esta confrontación entre élites nacionalistas españolas y catalanas. Es por eso que hemos llegado a la paradójica situación de que los mismos nacionalistas catalanes que están desmontando el sistema de salud y de enseñanza y que proceden a privatizar en beneficio propio los servicios públicos, etc., usan la coartada del déficit fiscal como eje fundamental de su estrategia política.

La reactivación del nacionalismo en Cataluña y el objetivo inmediato de la convocatoria de un referéndum con la propuesta de independencia ha sido una maniobra de distracción del presidente del gobierno catalán (CiU) para desviar la atención del grave deterioro social derivado de las medidas de reducción del gasto público (recortes en sanidad, asistencia social, educación) y de las privatizaciones de servicios de las cuales son beneficiarias empresas (multinacionales y catalanas) ligadas a los gestores de la administración pública y de los aparatos de representación (partidos, sindicatos y otras instituciones). En esto no hay diferencias entre soberanistas e independentistas catalanes y nacionalistas españoles del gobierno central .

El discurso nacionalista en Cataluña, como todo por todas partes, mezcla elementos de muy diferente naturaleza donde se acumulan agravios históricos, interpretaciones más o menos sesgadas de acontecimientos del pasado, problemas administrativos y territoriales, realidades prácticas (lengua, fiscalidad), la explotación de mitificaciones y de sentimientos relativos a la metafísica de la identidad, el “pueblo”, etc., e incluso factores de agregación entorno a entidades multinacionales deportivas. Un verdadero guirigay ideológico que ilustra el grado de confusión y bajo nivel político que rodea el debate sobre la cuestión nacional. Sólo así se explica que bajo la señera estelada de la fiesta de la 11 de septiembre se reúnan desde nacionalistas históricos de la pequeña y mediana burguesía y grupos de izquierda en busca de un lugar dentro del sistema de representación, hasta aventureros y arribistas de todo tipo, incluyendo economistas de la escuela neoliberal norteamericana, y los mismos integrantes del Gobierno.

Es esta despolitización real que representa el “falso”debate nacionalista lo que, como quedó patente el pasado 11 de septiembre, induce una práctica triunfalista y euforizante cargada de las ambigüedades y contradicciones de toda manifestación ciudadanista (interclasista). Así, pues, y a guisa de ejemplo, con motivo de la cadena humana formada a lo largo del territorio catalán durante la última fiesta nacional de Catalunya, han ido literalmente de la mano, entre otros representantes de la Generalitat, el consejero Felip Puig y los indignados de Plaza Cataluña .

Esto demuestra que, cuando menos hasta ahora, la maniobra de distracción emprendida por el presidente de la Generalitat de Cataluña después de la fiesta del 11 de septiembre de 2012 ha sido un éxito en la medida que el tema nacional y la consulta (referéndum) sobre la independencia han tenido un efecto desmovilizador contra las agresiones que lleva a cabo el gobierno de la Generalitat (recortes), al tiempo que favorece la agregación interclasista .

III

En cualquier caso, no hay duda de que el problema nacional en Cataluña tiene una base real y objetiva directamente ligada al funcionamiento del estado español actual. Ahora bien, esto por si mismo no es sino la constatación de una obviedad. Porque, por lo demás, la cuestión no es tanto el –legítimo- derecho a la independencia, como el que significa la independencia en las actuales condiciones de reproducción capitalista a la escala mundial. ¿Qué quiere decir independencia nacional en el mundo dominado por el capital transnacional y la organización político-administrativa supranacional? De hecho, las clases dominantes a escala nacional son gestoras subordinadas de las entidades supranacionales (UE, OTAN, etc.) que determinan en la práctica las disposiciones y medidas (jurídicas, laborales, económicas, etc.) ejecutadas por los gobiernos nacionales. A estas alturas, la independencia nacional es, en realidad, la independencia de las élites dominantes nacionales respecto de sus administrados dentro del territorio nacional, de acuerdo con las directrices enunciadas desde las instituciones del capital transnacional. Es decir, la capacidad para imponerse con una cierta legitimidad.

Dejar de lado esta cuestión, como lo hace deliberadamente el discurso nacionalista, es plantear la cuestión nacional y la independencia de una manera sesgada y simplemente instrumental, según los intereses de las élites aspirantes a su constitución como clase dominante catalana independiente en competencia con la clase dominante española, pero estrechamente dependiente del capital transnacional. Es por eso que, atendido el grado de desarrollo del sistema capitalista mundial, el problema nacional aparece realmente como problema entre dos fracciones de la clase gestora dominante. Una lucha entre dos élites del sistema de representación, gestoras de dos territorios en competencia, insertados dentro de la cadena capitalista transnacional. Es decir, todo ello, no pasa de ser una representación espectacular de un conflicto limitado de intereses entre dos fracciones de una misma clase. Al fin y al cabo, cuando se trata de cuestiones estructurales –justo es decir, de sus intereses comunes- que tienen que ver con su identidad de clase dominante ,como por ejemplo la aprobación de la Ley de reforma laboral en el parlamento de Madrid, los nacionalistas de CiU apoyan sin tapujos a los nacionalistas españoles .

Además, también se tiene que tener en cuenta que la función del nacionalismo como factor de agregación es común al nacionalismo español y catalán. La rentabilidad política del discurso nacionalista ha sido indudable para los partidos nacionalistas españoles (PP y PSOE, en primer lugar) cómo para los partidos nacionalistas catalanes. La cuestión nacional en el estado español es un problema jurídico-administrativo sin resolver que, periódicamente atizado por un lado o por el otro, sirve para que la maquinaria mediático -espectacular despliegue su acción agobiante sobre la ciudadanía consumidora de opinión, de lugares comunes y prejuicios histórico-culturales. Por otro lado, hay que recordar que, igual que sucedió en circunstancias históricas precedentes, cuando la fractura social es una realidad patente y creciente, el recurso a la metafísica nacional es un dispositivo de agregación y de cohesión con resultados muy positivos para la clase dominante.

La fiesta del pasado 11 de septiembre se tiene que entender como una puesta en escena que no pasa de la dimensión simbólico-espectacular. La fiesta ha sido una manifestación testimonial a la vez que un acto de reconocimiento y sumisión de masas -de la llamada sociedad civil catalana, reunida en la movilización promovida por la ANC (Asamblea Nacional Catalana), a los representantes políticos catalanes para que negocien con el estado central desde una posición de “fuerza” y con la legitimidad del millón y medio de catalanes que formaron la cadena humana de norte a sur del país. Cómo si esta movilización multitudinaria tuviera algún significado para un gobierno que en el estado central usa todo tipo de coartadas para justificar su nacionalismo español heredado de la dictadura franquista.

En este nivel de la representación política y de los trapicheos de las negociaciones –a menudo, a la sombra- entre nacionalistas catalanes y españoles, tiene lugar una segunda maniobra de distracción y desvío de la problemática nacional hacia el terreno de los rifirrafes jurídicos, constitucionales, etc. Así, pues, la cuestión nacional se convierte cada vez más un asunto de profesionales enzarzados en discusiones y reproches interminables, característicos del bizantinismo parlamentario y extraparlamentario.

IV

Como todo lo que rodea el debate nacionalista hay un fuerte componente de simulación y representación, tanto con respecto a las manifestaciones de masas, como en el tira y afloja parlamentario. Este ejercicio de simulación que rodea el conflicto nacional pone de relieve también la carencia de credibilidad de los aparatos de representación nacionalistas catalanes que ni siquiera se plantean el abandono de los escaños en el parlamento español donde, por otra parte, juegan el papel de comparsa legitimadora del estado nacional español. El que sería un gesto simbólico de dignidad y de independencia está fuera del imaginario de los soberanistas y de los independentistas catalanes, lo cual es coherente con lo que son y lo que representan.

Al fin y al cabo, los nacionalistas catalanes participan de las consecuencias del pasado reciente y, particularmente, del pacto de transición que legitimó la línea de continuidad con la dictadura franquista. En este sentido, conviene no olvidar que la constitución de 1978, entre otras aberraciones, establece la unidad de España y el ejército como garante de esta unidad. Y tampoco hay que olvidar que esta Constitución, pactada con la fracción oportunista del franquismo, ha sido aprobada por los partidos de la supuesta oposición a la dictadura, incluyendo los nacionalistas catalanes de CiU .

Efectivamente, en el ámbito de la representación política del estado español hay un problema con respecto al nacionalismo que tiene que ver con la obsesión nacionalista de la derecha -y la izquierda- española en cuanto a la concepción fetichista de España. Por muy paradójico y anacrónico que parezca, hay que reconocer que la tematización de España es un lastre mental de la obsesión patriótica del falangismo que, mantenida por el estado franquista, subsiste gracias al pacto continuista de la transición.
Es por eso que la cuestión nacional da mucho juego en el espectáculo político-mediático, al mismo tiempo que abre vías de agregación confusamente interclasista en el contexto de la crisis capitalista. Es por esto también que, dada la rentabilidad política de un lado y del otro, hay que prever que la simulación del conflicto que supone el rifirrafe nacionalista continuará. La obcecación del gobierno central –y de los partidos españoles mayoritarios PP y PSOE- en la unidad de España hasta la negación de un derecho formal elemental como por ejemplo el “derecho a decidir” que proponen los nacionalistas catalanes mantendrá la tensión necesaria para la continuación del espectáculo.
A finales de septiembre, la maquinaria del nacionalismo español de izquierda, por medio del Grupo Prisa y del expresidente del gobierno central Felipe González (PSOE), representante de los intereses de varios grupos económicos españoles y transnacionales y uno de los artífices de la transición, ha lanzado una propuesta para la reforma de la Constitución en el sentido de la formación de un estado federal. Si tenemos en cuenta las grietas cada vez más evidentes del bloque nacionalista catalán el desenlace previsible del asunto nacionalista a corto plazo llevará a la redefinición del estado español como estado federal que será también el medio para regular el reparto territorial entre las diferentes oligarquías regionales en función de los intereses del capital transnacional. Al fin y al cabo, el debate nacionalista habrá servido de cortina de humo para hacer pasar las reformas (laboral, pensiones, privatizaciones) necesarias a la adecuación del estado español a las exigencias actual del capital.

V

Dejando de lado los problemas y detalles técnicos (moneda, ensambladura en Europa, etc.) que el proceso de declaración y consumación de la independencia de Cataluña comportaría y que los propagandistas de ambos bandos nacionalistas se han apresurado a magnificar según sus intereses nacionales particulares (desde quienes no ven muchas trabas hasta quienes prevén el apocalipsis de la Cataluña independiente), la cuestión es qué modelo de país proponen los nacionalistas catalanes.
Hay que decir que, dada la experiencia histórica reciente, los gestores y representantes del nacionalismo catalán no se diferencian nada de los españoles en cuanto a la práctica sistemática del clientelismo y el establecimiento de redes de corrupción para la financiación de los partidos y el enriquecimiento personal de altos funcionarios y prebendados de fundaciones e instituciones de todo tipo (Banca Catalana, Pallerols, caso Palau, etc.).

Comprensiblemente, tampoco en cuanto a los aspectos estructurales de la gestión socioeconómica hay muchas diferencias entre nacionalistas catalanes y españoles (reforma laboral, privatizaciones, criminalización y represión de la contestación política y las iniciativas de base que sobrepasan el marco de leyes cada vez más restrictivas, etc.). Incluso en cuanto a las líneas de desarrollo de una Cataluña independiente, los nacionalistas de ambos bandos coinciden con la misma concepción gangsteril de la política, es decir de la gestión y de la expropiación social de los recursos públicos, y la misma propuesta de país fundado en los movimientos espasmódicos y especulativos del capital (inmobiliario) , el turismo, la explotación intensiva de la fuerza de trabajo precarizada y la expropiación de los recursos comunes del país, mediante una estrategia de privatizaciones (agua, territorio, sanidad, enseñanza, etc.). La propuesta nacionalista, de un lado como del otro, consiste en la renovación de la dependencia hacia las instituciones político-económicas (UE, BCE; FMI, etc.) que afirman la sumisión del país al capital transnacional.
Por eso, se puede decir que, al fin y al cabo, el discurso nacionalista es el envoltorio que esconde una querella de contables. Puesto que el trasfondo de todo este barullo nacionalista es un rifirrafe fiscal entre los gestores del estado central y el gobierno autonómico catalán para mejorar la cuota de transferencia de la riqueza socialmente producida entre Cataluña y el estado central, mediante dispositivos fiscales. De hecho, la palabrería nacionalista es una falsa disyuntiva (nacionalismo español versus nacionalismo catalán) en lo que se refiere a una modificación sustancial de las condiciones materiales de existencia de los habitantes cuya identidad es la de ser fuerza de trabajo tanto en Cataluña como España.

Si bien el nacionalismo español no es patrimonio exclusivo del patriotismo agresivo del franquismo imperante en el gobierno de Madrid, del que la izquierda institucional es deudora en buena medida, hay que remarcar que la carencia de credibilidad de los nacionalistas catalanes (soberanistas e independentistas) es la misma que la de los nacionalistas españoles.
La radicalización del discurso nacionalista de CiU, el partido de la burguesía y del capital catalán ligado al Círculo de Economía , es simplemente una consecuencia del nacionalismo intransigente del estado central gestionado por esa costra persistente de franquismo que constituye el PP. Lo que CiU pretende, como siempre ha sido a lo largo de la historia, es una ensambladura confortable de los intereses de la burguesía catalana dentro del estado español.

ERC, por su parte, es un típico producto político característico del oportunismo pequeño burgués que ha cogido el independentismo como signo de identidad política, y que actualmente va a remolque de CiU (Convergència i Unió), como en el tiempo del tripartito iba detrás de la izquierda institucional (PSC e ICV). De hecho, el oportunismo de ERC es una forma de reconocer en la práctica el alcance (insuficiente) del independentismo entre la población de Cataluña. Desde el punto de vista de la representación política, la independencia de Cataluña dependerá, en último término, de la capacidad de ERC para arrastrar las bases convergentes y socialdemócratas hacia el proyecto independentista. Algo poco probable o, cuando menos, de efecto limitado.
Por otro lado, es muy poca la credibilidad que puede merecer ERC desde el punto de vista de un cambio de enfoque sustancial de la “cuestión social” en Cataluña. Como el resto de aparatos del sistema de representación, ERC, está sometida a las servidumbres y determinaciones del capital, en general, y del capital financiero catalán, en particular .

VI

Por otro lado, hay que plantearse si es posible un nacionalismo de izquierdas y anticapitalista . Es decir, la posibilidad de aunar la liberación nacional y de clase, dada la evolución del capital -de las relaciones de clase que sobrepasan la problemática del estado-nación. Hasta qué punto hay una imposibilidad objetiva de articulación coherente entre ambas nociones? ¿Y no será esta incompatibilidad objetiva lo que hace que el independentismo de izquierda, anticapitalista, evidencie debilidad y confusión a la hora de elaborar su discurso; una debilidad que lo hace ir a remolque –jugando el papel de la denuncia- del nacionalismo de derecha, burgués que, todo y sufriendo las contradicciones inherentes a las transformaciones del capitalismo, continúa siendo funcional a la organización transnacional de la dominación de clase?

No será que la evolución de la dominación transnacional del capital comporta la disolución de rasgos culturales, identitarios (costumbres,tradiciones e incluso de la lengua) de forma irreversible, creando otros caracterizados por la tendencia a la homogeneización que se articula sobre el ciudadano-consumidor cuyo vínculo social –su identidad práctica- es la mercancía transnacionalizada. Es la mercancía resultante del modo de producción y realización del capital actual el que define con más o menos grado de penetración el modo de vivir en todas partes (y no es casualidad que sea la cultura del capitalismo norteamericano su expresión más extendida). Por otro lado, un proyecto nacional anticapitalista ¿no tendría que integrar necesariamente el rechazo de la sociedad industrial y del “progresismo” científico-tecnológico etc.; es decir, el rechazo del modo de vivir del capital y no sólo de sus formas fetichizadas (capital financiero)?
La preservación de los rasgos identitarios y, particularmente, de la lengua, ¿es posible sin un retorno atrás, hacia unidades territoriales abarcables, consciente y prácticamente desligadas de superestructuras transnacionales (autárquicas, desligadas del proceso general de producción de mercancías en la escalera transnacional)? ¿Se puede hablar seriamente de la independencia de las comunidades nacionales sin poner en primer plano el cuestionamiento de la sociedad industrial y sus implicaciones “culturales”?
La lengua, como vehículo de comunicación, es un hecho social sometido a las determinaciones que impone la evolución y las transformaciones de la comunidad de hablantes y de su relación no sólo con otras comunidades lingüísticas sino también y primordialmente de su inserción dentro del intercambio general (mercado).

En el caso de las comunidades sometidas a la determinación del intercambio general de mercancías definido por el orden capitalista, la preservación de una lengua dependerá de su ubicación funcional dentro de la dinámica general de intercambio, lo que quiere decir su correlación con las otras lenguas de las nacionalidades hegemónicas del proceso general de intercambio; del mercado transnacional. La lengua es un vehículo de comunicación porque tiene un valor de uso dentro del proceso de intercambio; un valor de uso que en la sociedad capitalista se convierte en valor de cambio en la medida que es el instrumento vehicular de la información inherente a la mercancía. Así, pues, hasta qué punto la preservación de una lengua “minoritaria”, es decir, funcionalmente secundaria dentro del circuito general de producción y reproducción capitalista es viable sin una ruptura explícita con la universalización homogeneizadora (globalización) inducida por la dinámica del capital? Del mismo modo que la formalidad de la independencia política consagra la realidad de la dependencia del país dentro del mercado transnacional, la afirmación oficial de la lengua autóctona esconde la realidad de una dependencia hacia la lengua hegemónica. Además, en esta circunstancia, la oficialidad de la lengua minoritaria aboca en la práctica a un estado multilingüístico donde la lengua autóctona queda subordinada y reducida a un ámbito de segundo orden. En el caso de la Cataluña formalmente independiente, ¿alguien piensa que la oficialidad del catalán garantizaría la preservación de la lengua ante la presión “cultural” de las lenguas hegemónicas del ámbito de sus intercambios (inglés y castellano)?

VII

Como cualquiera de las contiendas nacionales también en este caso hay un tercer campo . Entre la identidad catalana y la española que proponen los nacionalistas, hay otra definida por la condición de ser fuerza de trabajo. Es decir, la identidad de los hombres y de las mujeres que no apela al sentimiento del ser nacional (catalanes, españoles, etc.) construido a base de una mezcla de categorías, creencias, símbolos y representaciones que al fin y al cabo no son sino coartadas metafísicas para la justificación de intereses materiales en cuanto a la apropiación de un determinado territorio y la gestión capitalista de sus recursos y habitantes.
Hay que recordar, que además de los nacionalistas, hay hombres y mujeres que se reconocen simplemente en su condición de ser fuerza de trabajo en un mundo hostil, dominado por el capital, cuyas condiciones de existencia dependen de su capacidad para sobrevivir en este particular territorio que es el mercado de la fuerza de trabajo; un espacio que supera conceptual y prácticamente el territorio nacional.
Por otro lado, afirmar que los hombres y las mujeres cuya identidad radica en el rasgo prevalente de ser fuerza de trabajo supone el reconocimiento de un hecho objetivo, empírico, que tiene que ver con la vida cotidiana de quien sobrevive vendiendo sus habilidades, y también comporta una decisión en cuanto a la afirmación de una identidad consciente y prácticamente desligada de la cadena clientelar del sistema de
representación nacionalista .

Corsino V., octubre 2013